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abadia edad media historica inquisicion intriga misterio monjes novela novela histórica policiaca#25 La mejor descripción para este libro sería decir que es una historia de detectives, formado por un equipo eclesiástico en un monasterio medieval. Cabe señalar que los grandes pasajes de este libro consisten en debates teológicos y nos muestra los conflictos entre la ideología y la filosofía escolástica. Personalmente, me gustó mucho.
#32 Tipologías del clasismo Releía El péndulo de Foucault hace unos meses y de la clasificación hilarante que hace Jacopo Belbo de los tipos de idiotas que existen (entre los que sabiamente se incluye y nos incluye) me vino la idea de los clasismos que nos rodean, penetran en nuestra piel como si no hubiera barrera física o intelectual capaz de contenerlos e impregnan cualquier ámbito de la existencia. Ahí está desde siempre el clasista propio del sistema económico que nos ha tocado, que ha acumulado los chalés de sus papás o simplemente tiene un trabajo mal remunerado pero ya cree que puede llamar «perroflauta» a los que se manifiestan porque cobra setecientos euros y está integrado (y tanto) en el sistema. Este/a clasista suele preocuparse porque las tiendas no puedan abrir debido a las manifestaciones en Sol (tiendas como El Corte Inglés o la Fnac, que casualmente incrementan sus ventas en estos periodos) o porque el Real Madrid no fiche con el dinero público que le regala el Banco Santander (que a su vez lo ha recibido del gobierno) como debería. Hay muchas nervaduras que fluyen desde la fuente de calor ideológica del euro/yen/dólar: desde los policías antidisturbio que pegan a sus hijos/hijas con cara de mala hostia como si les estuvieran ofendiendo por recibir golpes, hasta tipos que no saben expresarse, no han leído un libro en su vida, solo destilan un acre hedor a ambición arrogante y dominación. No hace falta mentarlos, pero ustedes los conocerán porque aparecen siempre en la caja tonta diciendo que lo hacen todo por usted, porque usted los necesita y tan ocupado como está leyendo a Virginia Woolf no tiene tiempo para todo. Otro tipo de clasismo muy divertido es el intelectual, pero está tan diversificado que me centraré en dos subtipos: el racionalista (no confundir con racional) que también puede ser acumulativo (hay quien acumula libros y dvd como prueba de lo intelectual que es y nunca ha visitado una biblioteca o leído los libros de sus propios estantes) y el teologista o teleologista (al fin y al cabo viene a ser lo mismo), aunque una finalidad venga a ser dios y otra la del ego o superego enmascarados en la búsqueda de un finalismo ideológico. El clasismo intelectual, como todos los clasismos, proviene de una inflamación del ego, una necesidad virulenta de imponerse a toda costa a cualquiera para no tener que arrostrar nunca los propios miedos. Los complejos autónomos de la mente funcionan para ellos como en todos los seres humanos, pero el racionalista no lo advierte, porque para él la psicología es una patraña «acientífica», él toma sus decisiones vitales racionalmente, sabiendo siempre lo que quiere y cómo lo quiere; conclusión: solo existe lo que él conoce. Pero como lo que él conoce suele ser extremadamente limitado, el racionalista jamás se molestará en leer sobre física cuántica, biología, genética o matemática, simplemente negará como niega un teologista cuando le dicen que el universo tuvo un principo hace diecisiete mil trescientos millones de años. «¿Qué hubo antes de ese principio?», dirá un teologista. Cuando Hawking, Feynman o Mlodinow (o los que van detrás) lo expliquen, dirá: «Sí, pero... ¿qué hubo antes de ese principio principio?». El racionalista lo que dirá cuando le advierten que vivimos en un multiverso del que se intuyen, al menos, once dimensiones demostrables por las refracciones de los fotones de luz provenientes de nuestra estrella y las aledañas y los comportamientos de la materia conocida alrededor de la desconocida (materia oscura y agujeros negros) es que «eso está por demostrar». Si ya es una tarea ímproba mantener la ficción de que vivimos una sola realidad física y mental, imagínense lo que sería una tarea de negación para once realidades con todos los caminos cuánticos posibles (Richard Feynman dixit): pero poco importa lo que diga un premio nobel de física, claro, lo que importa es que el racionalista debe sentirse seguro en su castillo de construcciones imaginarias (una gran contradicción, utilizar la imaginación para negar las realidades científicas a las que se ha llegado «imaginando antes que conociendo», como diría Giordanno Bruno antes de que lo quemaran los teologistas). De modo que para el racionalista hasta la ciencia cimentada en el método cartesiano está por demostrar; no es tan extraño, este es el germen de cualquier ideología, llámese socialismo, liberalismo, feminismo o catolicismo: la realidad y la ficción deben adecuarse a mis deseos y después a mis preceptos ideológicos, si no lo hacen no sirven, no importa el sufrimiento y el lastre vital que yo y los que me rodean nos llevemos por mi egolatría disfrazada de sed de verdad. Un recurso muy habitual del/de la racionalista es ponerse clasista en el ámbito donde más grotesco y fútil es el clasismo: el arte. Un racionalista cree que el arte es objetivo (el daño que hicieron Kant y Adorno, caramba), es cuestión de prestigio y escuelas de prestigio y es totalmente mensurable. Es decir, En busca del tiempo perdido es mejor que Harry Potter porque... (se suele producir un silencio que al final concluye con algo parecido a «porque lo digo yo, por eso»). Pero cuidado, no solo es eso, también para opinar sobre cualquier cosa hay que tener un prestigio, una escuela, yéndonos a lo más miserrímo, un título universitario, y saber mensurar lo objetivo siempre que lo haga él o ella misma. Porque fíjense, si a mí me interesa imponerme en una discusión sobre física en la que no tengo ni repajolera idea de física, la salida más racionalista es: «Hay que ser físico para hablar de eso», con lo que el/la racionalista quedará en una sublime posición de superioridad muy afecta a su ego con un sobrentendido en el aire que quiere decir algo como «o ser como yo, que sin saber de lo que hablo, hablo opíparamente». Por esta regla de tres, físicos como Ernesto Sábato o Stanislaw Lem no deberían escribir narrativa, no podríamos hablar de Grecia o Roma, del imperio sasánida, de los medas o de los persas, de la teoría heliocéntrica o de la inquisición... porque no podemos hacerlo «objetivamente», es decir, no le damos al/a la racionalista el lustre que necesita su ego durante la conversación. El clasismo teológico es el de la circularidad ideológica. No va a ninguna parte, ni quiere ni le interesa; por supuesto los egos personales juegan un papel determinante, pero están sometidos a un interés genérico (lo que no los hace más soportables), solo quiere atraer adeptos a su círculo: como cada vez atrae menos, lo que busca desde hace décadas es defenderse de supuestas agresiones externas. Las proclamas de los papas católicos cada año son graciosísimas: «No tengáis miedo», «no podrán con vuestra fe», etc. La pregunta que surge es ¿tener miedo de quién y quién amenaza vuestra fe? ¿La investigación de células madre? Proliferan las sectas crestianas, adventistas del octavo día de vellón y maravedí, de la liberación, etc. En el metro de Madrid ya cantan y proclaman el advenimiento del señor mientras tú finges concentrarte en un libro de Bukowski o Fante. Si realmente hay vida después de la muerte (un racionalista lo negaría científicamente, sin saber que la ciencia no suele meterse en lo que no puede investigar y que la energía en otro modo de vibración sigue permaneciendo, según advierte la física cuántica)... ¿no es una pobre forma de preparar al ser humano para el tránsito, negarle sus inteligencias múltiples, sus ámbitos de decisión, su libre albedrío? ¿No es lo más terrible que se puede hacer con un ser humano, sobre todo con un niño, darle todo tipo de respuestas sin que se haya planteado aún las preguntas? De hecho lo primero que se te ocurre sentado y apabullado en el metro es: ¿por qué no me respetan y me dejan leer? ¿Por qué están tan convencidos de que me interesa lo que me obligan a escuchar? Si el modo de atraer prosélitos es tan descarnado ¿qué pasará una vez dentro de la secta? Pues según cuentan personas que viven esa realidad voluntariamente u obligados por la integración de algún familiar las jerarquías clasistas están tan en boga como en cualquier empresa. Consejos de ancianos que aprueban o desaprueban la vestimenta y los comentarios de las mujeres, grupos de terapia para reconstruir relaciones de pareja destruidas, ya en un nivel más poderoso locutores muy bien pagados por la iglesia católica en medios de comunicación llamando asesinas a las mujeres que abortan, etc. Pero hablar con estos clasistas se convierte en algo muy parecido a hablar con los racionalistas: «Esto es lo que hay. No hay más. Nadie te obliga a entrar en una iglesia». Afortunadamente no, claro, aún puedes decidir con quién te conviene relacionarte, el problema es tener a personas así en la familia o en el trabajo. El otro problema es no tener a tipos como Umberto Eco abriéndote los ojos en la caja tonta: si no hay nada a lo que aferrarse, afortunadamente, y esto en lugar de ser terrorífico se empieza a ver como un reto, a lo mejor descubrimos... no sé, ¿algo nuevo? (Un racionalista diría que no hay nada nuevo bajo el sol, me temo.)