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roth merece hace mucho el premio nobel
#1 Si hacemos caso de la máxima de Milán Kundera, «la novela es el terreno de las paradojas terminales de la existencia, un ámbito que ni la política, ni la psicología, ni ninguna teoría sociológica puede explicar, un terreno que tiene por objeto volver a formular preguntas que ahondan en la incertidumbre y liviandad del ser sin contestarlas en absoluto» habría que ir pensando en agradecer, al menos, con un premio Nobel de las letras el ímprobo y titánico esfuerzo de Phillip Roth. Una segunda relectura de Pastoral americana sorprende por su frescura y profusión e inmediatamente te imbrica con las apasionantes cosmogonías de la mediocridad y el auto-engaño que suponen El teatro de Sabbath, La mancha humana o Me casé con un comunista. ¿Cómo lo hace Phillip Roth para contar básicamente la misma historia, relatar las vivencias de los mismos o parecidos personajes, y seguir manteniendo el interés en sus letras? Parece que una extraña habilidad secunda los magistrales hilos narrativos de Roth con un campo electromagnético que oculta con frazadas de energía el interior de sus personajes, y cuanto más nos acercamos a ellos, más insinúa que hay en el interior, pero menos muestra, hasta que solemos descubrir que ni siquiera el narrador identificado (generalmente su alter ego Nathan Zuckerman) sabía tanto como creía saber. Es cierto que esta selección de lectores altera (e irrita) a una gran parte de la crítica literaria, y en Estados Unidos (como en cualquier democracia liberal bajo la égida del capitalismo de mercado) la literatura no es impermeable a las necesidades de las grandes editoriales. Pero si esta vuelta de tuerca literaria es tan evidente (y reconocida) en autores como Juan Carlos Onetti o Henry James, en Philliph Roth, por más que uno ha leído muchos de sus libros, incluso por más que se han leído más de una vez, uno sigue esperando... que el final sea otro; que el protagonista madure, que los problemas prostáticos no impliquen un descenso de la libido masculina, etc. A Philliph Roth no es fácil verle el artificio, porque los contrapuntos psicológicos están utilizados con una sutilidad tan sublime que uno siempre espera que el equilibrio y la simetría aneguen las vidas de sus personajes cuando son tan marginales e interesantes como Henry Sabbath o que la vida les golpee con dureza cuando son tan mediocres, triunfadores y peligrosos como el Sueco Levov. Equilibrios y desequilibrios que se deleznan cuando al cerrar sus libros uno se queda tan tonto o más de lo que era antes de leerlo: la poderosa corriente que fluye de su literatura tiene algo de faulkneriana, uno solo puede quedarse perplejo y asentir ante lo que se le viene encima: «¿Y no será que las cosas son más complicadas de lo que tú crees?». Es algo que se olvida muy fácilmente, sobre todo en una sociedad en la que ante cualquier pregunta surgen diez psicomagos, veinte políticos, cuarenta y cinco taxistas y algunos catedráticos menos para exponer respuestas fáciles que contentan a todos. El Sueco Levov de Pastoral, el comunista iracundo Ira Ringold, todos los decadentes idealistas que pululan por sus páginas rinden culto al monismo de la idea: son buenos, no dudan, creen que todo es explicable, todo es racional y abarcable. Hasta que la violenta realidad golpea altanera sus convicciones, que pasaban por naturales, y de repente se revelan como un acto más de socialización ideológica que los tenía confundidos. Si Kabawata decía de Mishima que su capacidad para encontrar las palabras y definir imágenes y construir caracteres era tan «milagrosa» que no alcanzaba a entender cómo él poseía el Nobel y Mishima no, parece un tanto ob skena que Roth no cuente ya con él. Para todos los públicos, en casi todos los ámbitos y géneros, Roth es uno de los valores intelectuales de este inicio de siglo XXI y siempre habrá que lamentarse cuando abandone este siglo, y este mundo, y a gente como él, Stanislav Lem, Kurt Vonnegut, Doris Leesing (solo muy al final de su carrera se le ha reconocido), etc. se les haya considerado poco menos que la advenediza clase burguesa intelectual de sus respectivas sociedades sometida siempre a los fatuos arranques de genialidad bufonesca de los Carlos Argentinos Daneris o Godards de turno. Glups.